Lluvia

Tenía lentes oscuros puestos. Y dudé, después de años de no verla, si lo que veía era una joven mujer. Era mamá, en quien los años sumaban vida en vez de gastarla. Pero vino el cáncer, y luego sus metástasis, que la encorvaron, la chuparon, la arrugaron, y en cuatro meses avejentó toda su existencia. Aún así, con la carcomida voz de amputados pechos, seguía amable, esplendorosa y clara, salvo cuando la queja no la dejaba respirar. Un día llamó por teléfono a una conocida, para que le consiguiera un colchón - nunca sabré cómo podía saberlo todo - un colchón para la hija de una vecina que, embarazada, tenía por lecho el piso desnudo. Jamás pensó en la muerte ni en si misma, ella no vivía solamente, estaba desposada con la vida.
Aquel domingo acarició mis manos, no como una despedida, sino como a diario solía empacharme con las golosinas de su delicadeza. Luego la ambulancia y los dos hospitales. El último momento que la vi con vida, estábamos con mis hermanos, papá y un amigo en el pasillo de la sala de guardia. La sacaron en una silla, porque doblada sobre sí, no podía recostarse. Nos miró y bajó su vista, avergonzada. Esa mujer que era mi vida se avergonzó de tratarse con la muerte.
Para los demás, ese domingo de junio, se celebraba el día del padre.
Después vinieron esos días dementes, cuando al llover, sentía pena por ella, tan a la intemperie, entre terrones removidos por la lluvia.

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Almagro, Buenos Aires, Argentina