wichi

El fogón de palo santo perfuma, perdura y marca. Si te perdés en el monte del chaco, dejáte llevar por la nariz. Ellos han domesticado los aromas. Los más antiguos saben que el Pilcomayo suena distinto cuando trae peces. Aprendieron a escuchar el río, a leer los olores del viento, a palpar las estaciones del año.
La caza los mantenía astutos, vigorosos, ágiles. Con las algarrobas hacían harina, un pan-chaco.
Pero se impuso la celeste y blanca con su mandato de alfa-bet-ización, esa palabra tan griega. Y los más jóvenes desoyeron la voz del río con sus peces, y dejaron las proteínas de la caza por los fideos embolsados.
El territorio de la caza (eso significa chaco) fue alambrado. Llegaron dealers de polenta y yerba mate. Y se vistieron con las pilchas que la caridad abandonaba en negras bolsas de nylon. Y lucieron desteñidos, pasados de modas, zurcidos y remendados. Una mujer wichi de setenta años mide y pesa el doble que un joven wichi adicto a los bolsones de ayuda estatal, empujado hasta el límite de avergonzarse de su cultura, esa red que le aseguraba el lenguaje del agua, la caricia rústica del pan de la algarroba, el denso gusto de la carne del quirquincho. Y los dealers los documentan, los alfabetizan, los celestes-blanquean, los avergüenzan, los mal-nutren, expropian sus territorios y sus tradiciones y sus arcos astutos, y sus flechas precisas, los transforman en adictos de arroz y mate cocido y los llevan a votar.

(c)2002 Alfabeto Calle Moreno EAG

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Almagro, Buenos Aires, Argentina