En toda mi escolarización, y más aún a los 16, era en extremo tímido y con la estima de una bolita de naftalina moviéndose en el ta-te-ti de los mingitorios.
Pero aquel cumpleaños había conseguido tantos como dos amigos, que sumados a los amigos de mi hermano, permitían que esa cena no sea una mera reunión familiar, sino una fiesta.
El departamento donde vivíamos estaba enfrentado a otro monoblock donde vivía una enferma psiquiátrica, que desde ahora será "la loca", pero valía la primera definición para no confundir lo de "loca" con alguna atorranta barrial o alguno de mis amigos, o incluso un alter-ego.
Ella estaba siempre en el balcón, y a quien pasaba por abajo, le gritaba "pibe, ¿tenés un cigarrillo?"
Así que la loca en el balcón vio que había más gente de lo habitual en casa, y decidió cruzarse.
Y dicen que a los locos hay que seguirle la corriente.
Todavía conservamos las fotos donde está ella cortando la torta, ella en el centro de la mesa, ella soplando las velitas... me afanó el cumpleaños, me afanó.
La loca de enfrente murió hace mucho. Pero ahora espero que, como en aquel cumpleaños, los locos, los de baja estima, los silenciosos y los despreciados tengan en mi mesa la posibilidad de sentarse alguna vez en el lugar central.
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