Sin las manos no sabían contar.
En cuatro dedos, la edad.
El verano inaugurado les cambió los cartones en el piso por la andanza callejera.
Roñosos y malcomidos, andaban la madrugada con una discusión que involucraba pasión y cuentas.
Yo los miraba sentado en las escalinatas de Parque Rivadavia.
Cuando los vi contando con los dedos y acercándose hacia mí, busqué la moneda, esa que le doy a ellos pero que es para mí.
“Don, ¿le podemos hacer una pregunta?”.
Imaginé el mangazo, las baratijas del kiosco cambiadas por mi limosna. Pero me equivoqué: no buscaban felicidacitas envueltas en pequeños celofanes. Esperaban algo más grande, tan grande que no se llama espera sino esperanza.
Con los dedos dispuestos para la suma, y como si fuera la misma mano quien pregunta, uno de ellos me dice: “Don, ¿cuánto días faltan para Navidad?”
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1 comentario:
Pobre gente, de algunos de ellos me compadezco.........
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