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Todas las madrugadas, apenas unos metros de la esquina de Medrano y Rivadavia, una camionetita estaciona, baja unos cajones de pescado y los deposita en el refrigerador del mercadito. Minutos más tarde le llega el turno al quiosco de revistas, quien recibe la pila de periódicos del día.
Una noche, bien no sé por qué los roles se cambiaron. A la mañana siguiente, los clientes compraron corvina, abrieron rabas y leyeron salmón. A pesar de lo que se pueda llegar a pensar, esos lectores quedaron muy bien informados.
Ah, eso sí, lo de la pescadería era incomible
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