Sus papis querían quedarse un poquito solos, porque
esa era también una de las razones de las vacaciones. Pero como nublaba, la playa no era un buen lugar
para dejar al chiquito. Al abuelo se le ocurrió aprovechar que no había sol
para caminar por el centro.
Vamos a la casa del Altísimo, le dijo. Y algo de
cierto tendría esa afirmación, ya que la puerta era realmente enorme. Entraron
a un lugar de techos altos, de sillas largas, un lugar muy limpio y con
ventanas de espejitos de colores. Había una mezcla de rareza y seriedad.
Velas prendidas, a pesar de que había luz. Muchas
sillas pero una sola mesa, allá, delante de todo.
También había maniquíes con ropas de otros tiempos, muy fuera de moda.
Una viejita que hablaba con nadie, que murmuraba,
que tenía un collar, pero en la mano. Y que en vez de estar sentada, estaba de
rodillas.
Pero lo que más le llamó la atención fue una imagen,
esa que estaba arriba y en el centro. Al ver a ese hombre con sólo un
taparrabos y colgado del madero, el niño
preguntó: ¿qué hace ahí Tarzán?
1 comentario:
Excelente!
Publicar un comentario